En los aledaños de Santiponce se encuentra el Monasterio de San Isidoro del Campo. Se trata de una fundación de Guzmán el Bueno, en el primer año del siglo XIV, con destino a su enterramiento. Ofrece la apariencia erizada de una abadía fortificadísima, coronándose de almenas su construcción ojival. Es muy particular la estructura de la iglesia, formada por dos vanes de desigual altura, y comunicadas sólo por un arco contiguo a los ábsides, con un sólo crucero. No obedece esta original disposición sino a la circunstancia de agregarse dos iglesias: una, la construída por Alonso Pérez de Guzmán y otra, la edificada por su hijo, medio siglo después. En el altar mayor de la primera, Montañés nos ofrece uno de los testimonios más sublimes de su genio, los relieves del “Nacimiento del Señor”, de un clasicismo y una pureza tales que elevan esta obra sobre toda paridad. Las estatuas sepulcrales de los patronos y sus esposas son igualmente de Montañés de madera, sustituyendo las primitivas.
De joya se califica la portadora de ojivas de ladrillo sobre un recuadro de azulejos policromados, mudejárica, que reproduce un tipo muy característico en la que es señera de la de Santa Paula. Son auténticos monumentos los patios del monasterio, mudéjares así mismo: el de los Muertos, con zócalos de azulejerías, y el de los Evangelistas, en cuyas pinturas murales, ejecutadas por procedimiento anterior al óleo, se emplean los colores rojo, negro, amarillo, blanco y ocre. El gran patio cuadrado data del siglo XVI. Comunidades cistercienses y jerónimas ocuparon sucesivamente Sal Isidoro del Campo.
En fecha muy reciente, los frailes jerónimos han vuelto a ser encargados del cenobio, notablemente restaurado, y especialmente acondicionado en su parte claustral. La visita se ha hecho así más fácil y asesorada, asegurándose, por otra parte, la conservación prácticamente bandonada del monumento.