La Real Cartuja de Santa María de Miraflores, es una iglesia y monasterio medieval ubicado en la ciudad de Burgos, que pertenece a la Orden de La Cartuja fundada en el siglo XI. Fue antiguo palacio de recreo del rey Enrique III, y lo donó a la Orden. El arquitecto fue Juan Colonia, uno de los mejores representantes del gótico castellano.
Desde su construcción en el siglo XV hasta nuestros días, la Cartuja de Miraflores ha sido visitada por innumerables artistas de todas las artes y estilos. Cervantes, Gil de Siloé, Juan y Simón Colonia, Lorca, Machado, Manuel Pereira y Nicolás Rombouts entre otros, encontraron la inspiración para realizar algunas de sus mejores obras de arte. El genio Lorca, en sus viajes a Burgos el genio escritor visitó la Cartuja de Miraflores.
La Cartuja de Miraflores está habitada por una comunidad de monjes pertenecientes a la Orden Monástica de la Cartuja. Su fundador fue San Bruno, nacido en Colonia (Alemania) hacia el 1030, que buscando una vida de total consagración a Dios se retiró, junto con seis compañeros, a un lugar agreste y solitario de las montañas alpinas del Delfinado llamado Chartreuse (a 30 kilómetros de Grenoble, Francia) fundando un eremitorio el año 1084. A pesar del transcurso del tiempo, el carisma de su fundador sigue tan vivo y actual como en 1084. Hoy, como ayer, hombres y mujeres se sienten llamados –al igual que San Bruno- a vivir sólo para Dios en el silencio y soledad del desierto.
Historia de La Cartuja
Edad Media
El origen de La Cartuja de Miraflores se remonta al año 1442 cuando el rey Juan II de Castilla (1405-1454) dona a la Orden de la Cartuja un palacio de recreo, que fuera erigido por su padre Enrique III en 1401, para que lo habilitaran como monasterio.
Monjes de las cartujas de Scala Dei y de El Paular fundaron la comunidad de Miraflores y reformaron las dependencias. Diez años más tarde (1452), la estructura sufrió un voraz incendio que obligó a plantear un edificio de nueva planta encargado a Juan de Colonia arquitecto de la Catedral de Burgos, que diseñó los planos y encaminó la construcción.
Con la muerte del rey Juan II, las obras de la iglesia se detuvieron hasta su finalización en 1488, durante el reinado de Isabel la Católica, gran promotora del monasterio.
Hacia el Siglo XV, Pedro Berruguete decidió donar a La Cartuja de Miraflores una de sus obras más preciadas: la Anunciación. Es el máximo referente en el empleo de la luz hasta la llegada de Velázquez.
Ssepulcro de los Reyes Juan II e Isabel de Portugal, padres de la Reina Isabel la Católica, es el único de toda Europa Occidental con forma estrellada de ocho puntas.
Edad Moderna
Tras el fallecimiento de los Reyes Católicos, La Cartuja gozó de la protección de Felipe el Hermoso. A la muerte de este, sus restos descansaron temporalmente en la iglesia de Miraflores, hasta que por mandato de su mujer, Juana la Loca, se trasladaron en solemne cortejo a la ciudad de Granada. Las distintas actuaciones de reforma durante el reinado de Carlos I, al igual que avatares políticos del siglo XVI como la Guerra de las Comunidades de Castilla, afectaron al gobierno de La Cartuja.
La ratificación de los privilegios de la Cartuja por parte de Felipe II y las muestras de aprecio por la Cartuja de los reyes Felipe IV y Carlos II se suman a la lista de monarcas que patrocinaron el monasterio de Miraflores. Es también la época donde residieron en la cartuja los pintores el Hermano Diego de Leyva y el Padre Cristóbal Ferrando, dejando muchos testimonios artísticos de sus manos.
Edad Contemporánea
La Guerra de la Independencia fue fatal para la historia del Monasterio, teniendo los monjes que abandonarlo por un cierto tiempo ante el saqueo por parte de las tropas napoleónicas de muchos de los bienes artísticos. Abandonadas las tropas francesas España hacia 1813, la Cartuja vivió una época oscura políticamente por la supresión de muchas casas religiosas y una difícil situación propiciada por los gobiernos de principios del siglo XIX.
En siglo XX, cabe decir que los Monjes superaron todas las dificultades propias de la época y habitan todavía hoy el monasterio. Preocupados por su estado de conservación, en los últimos 20 años se han promovido diversas actuaciones para restaurar las vidrieras, los sepulcros reales, los muros y patios del monasterio, con el objeto de preservar mejor la realidad patrimonial y posibilitar que se siga conservando prácticamente intacta por muchos años.
Retablo Mayor
El Retablo Mayor, obra de Gil de Siloé y Diego de la Cruz, se alza majestuoso al fondo del presbiterio de la iglesia de La Cartuja. Realizado en tres años, de 1496 a 1499, tuvo un costo total de 1.015.613 maravedís, cantidad bastante superior al coste de los sepulcros de los Reyes e Infante.
El oficio de escultor de Siloé tuvo que ser reforzado para la ocasión, no solo con la colaboración de su taller, sino con la mano experta de Diego de la Cruz para la policromía total del retablo. Naturalmente esto puede rastrearse por la desigual ejecución de figuras y detalles, cuestión habitual en un programa tan complejo y abundante. Es necesario destacar desde un primer momento el Crucificado, uno de los más expresivos y significativos de la Edad Media hispana.
El programa iconográfico
El tema general del retablo es la exaltación de la Eucaristía, como sacramento que actualiza el sacrificio de Cristo en la Cruz, en clara alusión con unos versos de Ambrosio de Montesinos:
«Oh, Hostia de hermosura
cuán cercada es tu figura
de los ángeles en rueda».
A continuación se describen las escenas temáticas principales representadas en las distintas partes del Retablo Mayor.
Pináculos superiores: representan las figuras de dos santos dominicos, Santo Domingo de Guzmán y San Pedro Mártir en los flancos centrales, mientras que reconocemos la figura del profeta Isaías en el pináculo derecho. La presencia de estos santos se atribuye a la estrecha colaboración de los dominicos Fray Tomás de Torquemada y Fray Diego de Deza con la reina Isabel la Católica, promotora del retablo.
Rueda central:
Cristo crucificado. Cruciflixio?n (1)Una de las obras maestras de la escultura gótica, representado con un sentimentalismo muy expresivo. El papel de Diego de la Cruz en el policromado del crucificado es clave para entender la ejecución llena de laceraciones y heridas que acentúan la expresividad de la obra.
A ambos lados del travesaño de la cruz, haciendo que lo sostienen, podemos observar a Dios Padre (izquierda) ataviado con vestiduras sacerdotales y triple corona, y al Espíritu Santo (derecha), humanizado como joven imberbe con corona imperial.
A los pies de la cruz se sitúan la Virgen María y San Juan Evangelista, el discípulo que acompañó a Jesús en el calvario. También tenemos que destacar la presencia, sobre la cabeza de Cristo, de un bello pelícano. Dicho animal adquiere una gran simbología en la iconografía medieval, pues al no tener comida para alimentar a sus crías, se abre el pecho con su pico y alimenta a sus polluelos con la sangre de su corazón. Es un claro paralelo con el sacrificio de Cristo en la Cruz, sobre el que está colocado el animal.
Escenas de la Pasión: ubicadas en las cuatro regiones cortadas por los brazos de la cruz de Cristo.
Oración en el huerto: Jesús reza en el huerto evocando la pasión que va a sufrir a continuación, que toma forma en el cáliz que tiene delante (“Señor, si quieres, que pase de mi este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”). Mientras, los discípulos duermen.
Flagelación: Cristo aparece atado a la columna, con los brazos representados en torsión. Mientas, los guardias le azuzan y Pilato contempla la escena desde el lateral.
Cristo con la cruz a cuestas, camino del Calvario: Simón de Cirene, vestido como los doctores del siglo XV, sostiene por detrás la pesada Cruz de Cristo, quien desfallecido alza la cabeza.
La Piedad: Cristo muerto sostenido por las mujeres y San Juan en forma de cuerpo inerte que se despliega horizontalmente en la composición. La imagen de la Virgen, turbada, permanece en sombra por el doloroso momento.
Rueda angélica: enfocando la cruz y las cuatro escenas de la Pasión, un gran círculo formado por ángeles nos indica la importancia de lo que está representándose en su interior. Esta iconografía procede, muy seguramente, de imágenes similares en manuscritos de la Baja Edad Media. En las cuatro esquinas de la rueda se representa a los cuatro teólogos y Doctores de la Iglesia San Gregorio, San Ambrosio, San Jerónimo y San Agustín.
Evangelistas: en las esquinas del rectángulo exterior a la rueda se sitúan cuatro nuevos círculos con los cuatro evangelistas: San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan. Figuran como escribas sentados ante su atril y junto a sus seres simbólicos (tetramorfos).
Figuras de santos de las calles exteriores: las figuras ubicadas en las calles exteriores están colocadas por parejas según su rango: profetas, papas, mártires, vírgenes y santos. En ellas podemos identificar en la izquierda a San Lorenzo y a Santa Lucía; mientras, en la calle derecha, podemos reconocer a San Esteban y Santa Bárbara. Destaca la ubicación de los diáconos en la parte superior y las santas mujeres también mártires debajo.
Torno giratorio: por encima del tabernáculo o sagrario, se encuentra un marco que muestra diversas escenas temáticas, de acuerdo con las festividades litúrgicas. Por detrás del mismo, una rueda en forma de torno posibilita el giro de los distintos paneles, que son los siguientes:
Natividad del Señor: la Virgen se presenta en primer plano, con San José a su izquierda. El Niño Jesús aparece alzado, con las manos juntas en plegaria y rodeado de una luz brillante, reforzada por los colores del manto de su madre que le hacen de fondo. Por la izquierda, la mula y el buey dan calor en el pesebre. Encima de ellos, el ángel está anunciando el nacimiento de Jesús a los Pastores, que se ven entrando en escena por la parte superior derecha.
Bautismo de Cristo: la escena que da comienzo a la vida pública de Jesús en los evangelios. Cristo se representa con paño de pureza flanqueado por Andrés y Pedro; de fondo un paisaje escarpado de rocas de las que brota el río Jordán. A la derecha, San Juan Bautista de rodillas le bautiza. En la esquina superior izquierda se muestra entre las nubes Dios Padre con corona imperial y orbe, del que sale un gran haz luminoso por el que una Paloma desciende hacia Jesucristo, representando el Espíritu Santo.
Resurrección del Señor: Jesús resucitado ocupa el centro de la escena con el sepulcro abierto detrás. Aparecen dos soldados: uno dormido y el otro compensando la figura del ángel que sostiene la capa. Por el camino del fondo se acercan las santas mujeres que van a visitar el sepulcro y se lo encuentran vacío.
Ascensión: los Apóstoles rodean a la figura de Cristo que se eleva en el cielo y de la que solamente pueden verse los pies. María es flanqueada por Tomás y Simón (ubicados en el marco), distribuyéndose el resto de los discípulos en dos bloques a ambos lados de una montaña rocosa en actitud orante y de contemplación. Las huellas de los pies del Señor han quedado impresas en el suelo, donde aun pueden verse pese a su ascensión al cielo.
Pentecostés: la Virgen María vuelve a aparecer presidiendo la composición visual, rodeada por los discípulos, pese a no citársela en la Biblia cuando ocurre la escena de Pentecostés. Se le representa leyendo un Libro de Horas, según la costumbre flamenca. Los discípulos en actitud orante aguardan la venida del Espíritu Santo, que se manifiesta en la parte superior central descendiendo en forma de paloma que envía rayos de fuego hacia ellos.
Asunción de María: en esta escena se muestra el momento en el que la Virgen María es coronada y conducida por tres pares de ángeles al cielo. Es una imagen que se repite mucho en la Castilla de fines del XV y primeros del siguiente. Flanqueada por dos figurillas de los apóstoles, se piensa que pueden ser Santiago Alfeo y Judas Tadeo.
El retablo de la cartuja de Miraflores (Burgos) costó 1.015.613 maravedís de los de 1499.
Fuente: Sitio oficial de La Cartuja