La impresión que la arquitectura produce en nuestros sentidos al percibirla como un objeto físico es tan poderosa que consigue enmanciparse de su lectura cultural. Un edificio es una gigantesca escultura que podemos recorrer y habitar. El gran tamaño es esencial en arquitectura: el mismo espíritu que construye edificios diseña objetos pequeños pero lo que diferencia al edificio, es que no podemos tenerlo nunca en la mano; el edificio nos posee, nos envuelve y nos invade, constituye el marco físico diseñado por el hombre, contrapuesto al marco natural que nos fue dado en principio.
La percepción de la arquitectura es fragmentaria y se extiende a lo largo del tiempo; es sugestiva porque nos rodea y nos sale al encuentro, porque no podemos eludir su presencia. Con objeto de albergar las actividades humanas, la arquitectura es hueca, está constituída por muros y cubiertas que atravesamos y que contemplamos en su doble faz, exterior e interior. Vivimos en el espacio que encierra y recibimos la impresión de las formas de sus muros y de los volúmenes especiales que delimitan.
La envolvente arquitectónica
Los muros del los edificios, o límites del espacio arquitectónico, fueron despojados de ornamentos a principios de este siglo. A partir de entonces, dejaron sentir la voz de la pureza de las formas y de la materia que los constituye. Las sensaciones abstractas y aisladas que provocan los materiales constructivos modernos se encontraban esconddias bajo el oculto laberinto de la ornamentación tradicional. La arquitectura moderna se ha despojado voluntariamente del ornamento. Planos perfectos o superficies onduladas, fruto de leyes geométricas o de los gestos del capricho, se asocian a sombras proyctadas por otros muros o cubiertas. La ventana como incisión del muro, como vacío contundente, puede recorrer con libertad las superficies aligeradas por la estructura moderna, puede cortar como un cuchillo de lado a lado los edificios, es el lenguaje plástico de la arquitectura moderna.
La envolvente arquitectónica, es parte de un sistema físico que abarca el ambiente interior, exterior y cerramientos. Sirve para proteger del clima, forma parte del acabado del edificio, participa en su estabilidad estructural, favorece o impide el asoleamiento, permite la iluminación y ventilación natural, facilita el intercambio de aire, posibilita las vistas del entorno a los interiores de la construcción y, en el mejor de los casos, genera energía para uso y consumo del propio edificio o para cederla a la red de energía de la localidad.