La dinastía musulmana de los abasidas (749-1258) que a mediados del siglo XVIII fijó su capital en Bagdad (Mesopotamia) sustituyó a la de los omeyas de Damasco. En el siglo X perdió su hegemonía política, si bien conservó la religiosa. Las ruinas de Samarra, nueva capital a partir de 836, constituyen el testimonio más importante del arte de aquella época. Incluyen la Gran Mezquita, a cuyo alminar, cilíndrico, se sube por medio de una rampa exterior de trazado helicoidal; la mezquita de Abu Dulaf, construida por entero con ladrillos cocidos y ladrillos crudos; el Yausaq al Khaqani, palacio de los califas, que recuerda los modelos sasánida, el palacio de Balkuwara y el llamado castillo del Enamorado, verdadera fortaleza.
Los palacios y las residencias particulares estaban decorados con relieves de estuco, pintura sobre yeso, mosaicos, incrustaciones de mármol y azulejos, que conservan rasgos de arte helenístico. De la época de los abásidas se guardan numerosos objetos de cobre y en bronce (aguamaniles) tejidos con caracteres cúficos, una cristalería de color ricamente decorada y gran cantidad de cerámica (vasijas vidriadas, loza y piezas con decoración en color y con reflejos metálicos).