A trescientos sesenta metros sobre el nivel de la ciudad de Oaxaca, fundada por Hernán Cortés en 1521, se alza en una amplia plataforma la ciudadela religiosa de Monte Albán, construída sobre una montaña aplanada por los zapotecas. Monte Albán se eleva en un espacio de casi un kilómetro de largo por 450 metros de ancho, y fue reconstruida varias veces por ese pueblo de arquitectos, según la feliz denominación de Alfonso Caso. Más al sur, a unos treinta y cinco kilómetros, se levanta Mitla, “la ciudad de los muertos”, que comparte con Monte Albán la concepción monumental que impartieron a su arquitectura los zapotecas.
Arquitectura zapoteca
¿Qué logran en Monte Albán los arquitectos zapotecas? Una arquitectura de espacios vacíos, una unidad espacial en donde pirámides, templos y altares forman un conjunto armónico de una grandiosidad ejemplar. Un intenso impulso religioso lleva a los arquitectos zapotecas a manejar masas y volúmenes en el espacio y edificar una ciudadela de piedra para sus deidades. Quien visite esta obra monumental, bajará a la Gran Plaza por una escalera de cuarenta metros de ancho. El patio principal tenía un vasto altar y otros patios lucían también altares para el culto, el cual se realizaba principalmente al atardecer bajo la advocación del dios Murciélago, cuando los últimos rayos solares se filtraban entre los edificios y surgía la luna sobre la enorme plaza. Saliendo de la plaza, a su costado, se alza el Jugo de Pelota, juego de dioses, en el que luchaban los representantes de Quetzalcóatl y de Tezcatlipoca, o sus similares en la mitología zapoteca; juego mágico religioso de suma validez para la comunidad; se dice que el vencedor entregaba gozoso su vida, y que el triunfo de uno ú otro dios traería beneficios o males para la tribu. Hacia el fondo de la plaza aún se puede ver la pirámide primitiva de Los danzantes, de origen olmeca, y rodeando la meseta, las tumbas innumerables, muchas inexploradas. Lo curioso de este conjunto arquitectónico es que estaba asentado sobre una base asimétrica, una planta de variaciones irregulares, la cual realzaba la belleza de esa ciudad de templos en donde se erguía la masa estructural y constructiva desechando toda ornamencación superflua. También Teotihuacán tuvo una disposición asimétrica. La razón debe buscarse en la concepción religiosa de un mundo en perpetuo movimiento, nunca estático, como ya se ha dicho.
Costumbres fúnebres de los zapotecas
Formas fundamentales del arte zapoteca constituyen las urnas funerarias y los braseros rituales. A diferencia de otros pueblos centroamericanos (totecas, mayas, aztecas) los zapotecas no incineraban los cadáveres. Enterraban al muerto y al cabo de cuatro años recogían los huesos, los pintaban de rojo y le daban sepultura definitiva en una tumba preparada al efecto. Las tumbas tienen, por consiguiente, en Monte Albán suma importancia, según lo han revelado los descubrimientos arqueológicos. Las cámaras funerarias estaban por lo general pintadas con paneles de figuras simbólicas, encarnaciones míticas de los diversos mundos subterráneos y su entrada cubierta con una figura cerámica, con una urna.
Arte zapoteca
Formas antropomorfas (dioses, diosas) y zoomorfas (el murciélago, el jaguar, etc.) señálanse por sus estructuras severas el sólido basamento sobre el cual se erigía la representación plástica con un rico decorado, suntuoso en el movimiento de los arabescos. Se repiten los símbolos de Cocijo, deidad de la lluvia, de Xipe Totec, dios del maíz, del murciélago y del Dios del Fuego. Las máscaras fueron también excelentes, como lo prueba una existente, la del muerciélago, construída en jade con quince piezas ensambladas.
Los zapotecas erigieron asimismo estelas, en cuya parte superior inscribían el jeroglífico del ciclo (fauces del jaguar que muestran sus dientes) pero su escultura nunca fue de bulto; se redujeron al relieve en el uso de la línea y el contorno, seguros en el plano. Un brasero zapoteca, que se conserva en el Museo Nacional de Méjico, representa a XipeTotec. Tiene esta obra cerámica veinticinco centímetros de alt, revela una fuerte estructura, un vigoroso planteo arquitectónico, y su forma corpórea acentúa el movimiento pausado de la masa sabiamente ordenada.
Monte Albán estaba a medio camino entre Teotihuacán y las regiones mayas. El arte zapoteca recibe esa doble influencia: el riguroso gusto por la forma estructurada y la belleza del decorado y ponderación en el conjunto; geometría y afinada realidad a un tiempo, fusionadas en un arte propio.
La declinación de la cerámica zapoteca comienza hacia el llamado período III B, cuando ya no posee la simplicidad y la exacta precisión de las formas de los períodos clásicos II y III A, cuyo apogeo abarca los siglos IV al VIII o IX. El período I pertenece a los olmecas, y el II ya es zapoteca. El III se divide en A y B; hacia el fin del B, también conocido por IV, Monte Albán se convierte en necrópolis. Hay una sobrecarga de elementos decorativos del barroco maya, en especial en los ampulosos tocados de las figuras.
Los mixtecas y Mitla
Mitla y Zaachila, capital de los mixtecas, sustituyeron a Monte Albán. La última época de Monte Albán corresponde a los siglos XII y XIII mixtecas. Este pueblo que desalojó a los zapotecas procedía de las montañas, “del país de las nubes” y desarrolló sus originales formas artísticas. Mitla fue construída por los zapotecas como centro sagrado, cementerio de reyes y de sacerdotes. Era la “casa de la felicidad” o Liobaa, inaccesible al pueblo a diferencia de Monte Albán, consagrada a un culto en cuyas ceremonias particpaba la tribu entera. Mitla fue sede del Gran Sacerdote, “el gran vidente”, considerado imagen viva de la deidad, el cual “se ponía en contacto con los dioses y transmitía las respuestas al pueblo creyente”. El conjunto arquitectónico de Mitla muestra cuatro edificios construídos con rigor zapoteca, pero sus frisos de mosaicos señalaban la maestría mixteca, una verdadera filigrana en la piedra.
Al conjunto de Mitla se penetraba por el Salón de las Columnas, que conducía a un patio interior, construido en ángulo recto, lejos de toda mirada profana. Un quinto edificio estaba destinado al rey, cuando éste iba a Mitla para asistir a las exequias de un personaje del reino, y otros cuatro al Sumo Sacerdote, séquito real y guerreros. Este lugar legendario fue decorado magníficamente por los mixtecas, y ese decorado es una de las formas más sutiles y bellas del arte prehispánico.
Los mixtecas crean admirables grecas, frisos de piedras engastadas a modo de mosaicos que cubren zonas de las paredes exteriores y totalmente las habitaciones interiores, de las uq ese desprende un ritmo geométrico, ondulante y asimétrico, ya asimétrico, para fijar el movimiento. El simbolismo religioso impera aquí como expresión dle rayo, del agua o de la serpiente de fuego. Los motivos son ricos y variados y suman catorce. La tumba 107 de Monte Albán descubierta por Caso, cuyo tesoro se conerva hoy en el Museo de Oaxaca, reveló la excelencia de las joyas labradas por los mixtecas; éstos depositaron allí sus joyas seguramente huyendo de enemigos. Excelentes artífices, de una técncia originaria de América del Sur, delicadamente supieron otorgar formas sutiles al oro a través de mascarillas (como al del dios Xipe) pectorales (como el que representa al señor de los muertos, Mictlantecutli) brazaletes, collares, anillos, etc. Crearon también una cerámica ritual que se estima “la más bella que se produjo en México”; y no menos refinados y cultos pintores, ejecutaron códices de formas pintadasen la alianza del dibujo y el color, una verdadera pintura miniaturista. Se recuerda que del pez de plata que Carlos V le regaló al Papa, traído de Nueva España y puesto en manos de Benvenuto Cellini, el bizarro artista y orfebre renacentista no pudo averiguar el secreto de su elaboración. Los frisos de mosaicos de acentuada estructura y sutiles enlaces, las joyas esplendorosas, las cerámicas rituales como si fueran sueños, y los códices de colores vivísimos, que se conocen con el nombre de Nuttall y Vildobonensis, son expresiones artísticas en las que revelaron su genio creador los mixtecas.
Bibliografía: El Arte Precolombino. Autor: Romualdo Brughetti. Editorial Columba. Buenos Aires, 1963.