Las pirámides egipcias constituyen junto con los templos, el legado más importante de la arquitectura del antiguo Egipto. Éstas pueden dividirse en diferentes tipos, que abarcan a su vez distintos periodos de la civilización egipcia.
Las más antiguas son las pirámides escalonadas, surgidas durante la Dinastía III (aprox. 2.700 a.C.), que fueron la transformación de las mastabas –monumentos empleados previamente para la sepultura en el período arcaico de Egipto- en pirámides con gradas. Este tipo de construcción era una especie de escalera que simbolizaba la ascensión al cielo del difunto enterrado bajo sus piedras.
Luego, se desarrollaron las pirámides romboidales o acodadas erigidas en el reinado de Seneferu (aprox. 2.600 a.C.). Estas edificaciones se caracterizaron por poseer caras conformadas por dos pendientes con una inclinación decreciente en dirección a la cumbre. Algunos investigadores sostienen que esta falta de uniformidad en la pendiente se debió a las dificultades arquitectónicas que tuvieron que afrontar los constructores, mientras que otros indican motivos geopolíticos.
Finalmente, durante la Dinastía IV (aprox. 2.500 a.C.) comienzan a realizarse construcciones piramidales de caras lisas. Estas pirámides clásicas, como se las conoce, constituyen la última fase de evolución de las anteriores. Eran elaboradas con bloques de piedra, recubiertos por bloques de piedra caliza blanca pulida. Por dentro estaban compuestas por cámaras y galerías. Ejemplo emblemático de éstas son las pirámides de Keops, Kefren y Micerino que aún hoy se encuentran en Guiza, próximo a El Cairo.
Posteriormente, en el llamado Imperio Medio de la Dinastía XII (aprox. 1990 a.C.) son elevadas las últimas grandes pirámides con núcleos de adobe y revestimiento de piedra. Después, los faraones se inclinarían por otro tipo de monumentos como templos e hipogeos, construyendo solamente pirámides menores.