En el año 28 a.C. el emperador romano Augusto eligió un lugar cerca del río Tíber para el mausoleo familiar. La tumba, llamada Mausoleo de Augusto, sigue una construcción circular que consistía en varios anillos concéntricos encabezados por un jardín de cipreses. Casi como peregrinos llegan los mitómanos del Imperio Romano al Mausoleo de Augusto. Fue erigida por orden del emperador a imagen y semejanza de la de Alejandro Magno, que había dejado fascinado a Augusto a su paso por Alejandría tras vencer en la batalla de Actium a los rebeldes al Imperio Marco Antonio y Cleopatra.
Frente al mausoleo, que a lo largo de su historia ha servido como castillo, jardín, anfiteatro y sala de conciertos, se levantaban dos obeliscos, al más puro estilo faraónico, en boga en ese momento en Roma.
El diseño superior no se puede saber con certeza, debido a siglos de abandono y decadencia que han convertido el otrora gran edificio en una ruina.