La Catedral de Sevilla se construye a lo largo del siglo XV. Es gótica, del último período de este arte y de proporciones exhorbitantes. Cuando el Cabildo eclesiástico dispone labrarla, son tales la ambición y entusiasmo, que desearon una gran construcción para impresionar en el futuro. He aquí por sus dimensiones es el tercer templo de la cristiandad. Cuatro siglos más fueron necesarios para perfilarla y decorarla.
Planta francesa, llamada de salón, orientada de Levante a Poniente, sin girola. La Catedral de Sevilla, tiene 76 metros de anchura por 116 de longitud y 56 de alto en el crucero, siete naves, cuarenta pilares, sesenta y nueve bóvedas, setenta y cuatro vidrieras portentosas como las de Alemán, los Arnao y Menardo.
Las puertas de la Catedral de Sevilla
Nueve puertas, la principal en la fachada de Poniente (avenida de Queipo de Llano) entre las del Bautismo y el Nacimiento, decoradas estas dos últimas por barros cocidos de Lorenzo Mercadante y Pedro Nillán; al Oriente, la de los Palos, así llamada por la verja de madera que en tiempos cerró el atrio y la de las Campanillas, nombre que proviene según el analista Matute de una campana allí colocada para convocar a los peones y gente subalterna del templo; al Norte, las del Lagarto y la Concepción; al Sur, la colosal de San Cristóbal. Las puertas de los Palos y las Campanillas tienen relieves en sus tímpanos de maese Miguel Perrín, de extraordinario mérito. Una simple enumeración de riquezas artísticas resultaría inagotable.
El Altar Mayor y el coro
Aquí el gótico gesticula con vehemencia desde sus 36 casetones que representan la vida del Señor, su tránsito y su gloria. En la parte superior del retablo, el arte mudéjar imprime su huella. La traza es del flamenco Dancart, que consume en su labor unos cuarenta años. Gigantescas rejas platerescas de Fray Francisco de Salamanca y Sancho Muñoz cierran el presbiterio. Y el Coro después con sillería de tallas góticas y taraceas moriscas, que se atribuye a Nufro Sánchez. De aquí arrancan los órganos, grandes como montañas que remontan hasta la clave de las ojivas.
Capillas y altares
Las capillas y altares más notables de la Catedral de Sevilla, por la nave del Evangelio, conforme entramos por la Puerta de Palos. Altar de la Virgen del Pilar; capillas de los Evangelistas, de las Doncellas, San Francisco de Asís, Santiago el Mayor, de las Escalas, de San Antonio o Baptisterio. A los pies del templo, el altar de la Visitación, con una preciosa escultura de San Jerónimo, del imaginero sevillano Jerónimo Hernández; capilla de San Leandro, de estilo borrominesco; altar del Niño Jesús, llamado el Niño Mudo, atribuido a Montalés, altar del Ángel de la Guarda, precioso cuadro de Murillo; capilla de San Isidoro, pareja a la de San Leandro; altar del Nacimiento, retablillo sencillo, plateresco, con tablas notabilísimas del promitivo sevillano Luis de Vargas, iniciador de la Escuela Sevillana del siglo XVI. La nave de la Epístola alinea las capillas de San Laureano del Cristo de Maracaibo (llamado también de Santa Ana) San José, San Hermenegildo, con el sepulcro de alabastro del cardenal don Juan de Cervantes; de la Antigua y el venerado retablo de la titular, dando frente al hermosísimo mausoleo renacentista del cardenal Mendoza, esculpido por el genial Fancelli; altar de la Concepción, donde puede verse el lienzo de Luis de Vargas, conocido por “La gamba”; el monumento a Cristóbal Colón; el altar de la Piedad, fresco colosal de San Cristóbal; capillas de los Dolores, de San Andrés y del Mariscal. Doblando a la izquierda, en la nave de la cabecera de la catedral, las capillas de la Concepción Grande, San Pedro y entre ellas, a manera de ábside, la Capilla Real.
El recorrido de todas estas capillas y altares requiere la deleitación morosa de una larga visita de museo. El ícono mural del XIV a la manera bizantina, de Nuestra Señora de la Antigua, en la capilla de su nombre, la del Baptisterio y su Murillo celebradísimo, “San Antonio en Adoración”; las capillas de los Alabastros, donde una Inmaculada inefable, saluda de las mismas manos de Montañés es tiernamente invocada por Sevilla con el sobrenomnbre familiar de La Cieguecita. Estas capillas están adosadas a la parte exterior del Coro. Llama la atención la pintura mural del disforme San Cristóbal, de Alesio (en el muro izquierdo de la Puerta de San Cristóbal) la encantadora Virgen del Pilar, de Pedro Millán, en la capilla del mismo nombre, trascendiendo nostalgias goticistas neerlandesas, el antes mencionado sepulcro del cardenal Cervantes, gótico florido, sin par y el cenotafio donde se dicen los restos de Colón, obra moderna de gran espectacularidad interprestada conforme al patrón sepulcral del famoso Felipe Potter.
La Capilla Real
En la nave de la cabecera del templo se encuentra la Capilla Real, plateresca, traza de Martín Gainza. Aquí se venera la imagen fernandina de Santa María de los Reyes, celestial patrona de Sevilla. A sus pies, la urna de platería dieciochena que conserva el cuerpo incorrupto del Santo Rey Conquistador; sepulcros de don Alfonso el Sabio y doña Beatriz de Suabia en los laterales del Evangelio y la Epístola, respectivamente.
Las sacristías, el Tesoro y otras dependencias
La Sacristía de los Cálices y la sacristía Mayor, ambas con acceso por la nace Sur o de la Epístola, de la catedral, se ordenan, la primera, trazada por Diego de Riaño, al estilo ojival terciario, y la segunda, del mismo maestro, terminada por Ginza, al plateresco. Se trata de grandiosas fábricas, depósito y relicario de riquezas sin tasa. Aludamos, siquiera al soberano “Cristo de la Clemencia” de Montañés, en la Sacristía de los Cálices y en la Mayor, a las cámaras de las vitrinas del ‘tesoro’ exhibición fabulosa de la más inspirada orfebrería. Los maestros Arfe y Alfaro aparecen aquí representados; del primero es la gran Custodia procesional, de plata cincelada, maravillosa pieza. También es de notarse ese Polifemo de los tenebrarios, coloso de bronce fundido por Bartolomé Morel, y el asombroso lienzo del “Descendimiento” de Pedro de Campaña, flamenco con interferencias italianizantes, ante en que Murillo se arrobaba. Por la capilla del Mariscal pasamos a otras dependencias catedralicias, donde se exponen los ornamentos sacerdotales y libros de coro y el pendón de San Fernando. Otra vez los nombres de Riaño y Gainza en la Sala Capitular, elíptica, erigida con la monumentalidad y majestad que al arte grecorromano le son propias. Se terminó en 1586.
El Patio de los Naranjos y La Giralda
Saliendo por la Puerta del Lagarto se llega al Patio de los Naranjos. Edificada la catedral sobre la mezquita almohade, aún pueden apreciarse aquí valiosos restos, como las hermosas arquerías y la Puerta del Perdón, a la que se sobrepusieron yeserías platerescas. Rompiendo los claustros antes mencionados, a poniente, la parroquia del Sagrario, grandioso templo barroco que como escribe Montoto, enorgullecería a muchas sedes episcopales si lo tuvieran por catedral.
La fuente de este patio es de tazón visigótico. Desde el ángulo del noroeste, la visión de La Giralda es espléndida, alzada al aire celeste con la esbeltez de una vara de azucenas. Basamento de piedra, fábrica de ladrillo, exornada al exterior por tableros de atauriques de lacería, acceso en rampas, fue labrada por los arquitectos almohades Ahmed Ibn Basso y Alí el Gomarí y se acabó en 1176.
Sólo setenta y dos años pudieron gozarla los árabes sevillanos. El cuerpo de campanas, hasta la veleta, es renacentista, debido al cordobés Hernán Ruiz. Altura total de 93 metros. Un conjunto que por la confrontación de estilos tan dispares pudiera parecer abigarrado en otras circunstancias nos presenta aquí, en La Giralda, la milagrosa armonía que tantas veces nos hiciera notar el venerable maestro Elías Tormo. La veleta, una estatua colosal de la Fe, fundida en bronce por el renacentista Bartolomé Morell, “gira” al menor soplo, de aquí el nombre popular de la torre. En el Patio de los Naranjos se aposenta la Biblioteca Colombina, rara y preciosa librería legada al Cabildo por el hijo del Almirante, don Hernando. Es tesoro bibliográfico de incalculable valor.