El concreto (u hormigón) comenzó a utilizarse desde épocas primitivas. En la búsqueda de un espacio para vivir, el hombre desarrolló técnicas precarias de construcción.
Desde el 7000 a.C., distintas civilizaciones -como los persas, los babilonios y los sumerios- edificaron ciudades humanas al borde de los ríos.
Para levantar los muros de las viviendas, cocinaban la piedra caliza a fin de obtener la cal. Luego, la mezclaban con derivados de los animales (yema de huevo, manteca de cerdo). Así obtenían los morteros, mezclas aptas para la construcción.
Con el paso del tiempo, fueron los egipcios los que desarrollaron estas técnicas. Para construir las pirámides, realizaban mezclas de materiales compuestos –arena, piedras, paja, arcilla del Río Nilo- para obtener los ladrillos.
A pesar de la imaginería egipcia, fueron los romanos quienes implementaron novedosos estudios. Por ejemplo, descubrieron que al combinar diversos elementos volcánicos –piedra caliza, rocas- se obtenía una mezcla más resistente.
Estos concretos recibieron el nombre de “opus cementerium”, y se caracterizan por una gran resistencia al paso del tiempo. Al ser mezclados con el agua, el resultado era una masa consistente que ofrecía mayor durabilidad.
El Imperio Romano desarrolló la técnica del concreto, aligerando el peso de las estructuras diseñadas. Reforzaban los cimientos con barras de metal, como se puede observar en míticos monumentos como El Coliseo romano y El Partenón.
El estilo romano del concreto se extendió a diversas regiones de Europa, pero hubo que esperar hasta los comienzos del siglo XIX para ver su desarrollo final.
El primer puente realizado de concreto se construyó en Soullac (Francia) en 1816, gracias a un descubrimiento del ingeniero Louis Vicat, que combinó cal, arcilla y agua para la instalación de murallones de hormigón.
Los avances en las técnicas del concreto se desarrollaron en la construcción del canal de Erie (Estados Unidos) en 1825. Mientras tanto, Londres se transforma en la primera ciudad con sistema de alcantarillas realizadas de este material, en 1867.
El fenómeno de la arquitectura londinense traspasa fronteras, a la vez que comienzan a aparecer nuevas técnicas de concreto.
Con la llegada del siglo XX, se desarrolló el “concreto moldeado”, para flexibilizar el tiempo de trabajo utilizado. En 1908 el empresario estadounidense Thomas Alva Edison construye once viviendas en New Jersey, reemplazando antiguas viviendas de madera.
El concreto pasa a ser parte de la estética de las grandes ciudades, con los Estados Unidos como referencia.
Dispuestos a encontrar nuevas vías de comunicación entre el norte y sur de América, en 1914 se inaugura el Canal de Panamá, construido a base de gruesas paredes de concreto. Para la misma época emerge un personaje importante dentro de la historia de la construcción: Arthur Symons.
La “abrazadera de columna” es el invento que Symons populariza. Diseñado desde 1901, es una estructura en acero que permite mantener las formas rectas de las construcciones en concreto.
En 1955 la empresa Symons emplea el sistema de concreto encofrado “Steel Ply”. A partir de su implementación, pasó a ser el método de instalación de hormigón más popular de los Estados Unidos.
A partir de ese momento, el concreto se masifica y contribuye a la instalación masiva de rascacielos y torres en Estados Unidos, como el Sears Tower de Chicago) o el Empire State en Nueva York.
El “boom” de los rascacielos de concreto se extiende a otras ciudades del mundo, como el caso de la Greenland Square (China), o la Torre de Pemex (México).
En la década del ’80 aparecen nuevos métodos como el “Room Tunnel”, que permite la construcción de paredes curvas utilizando un tipo de concreto flexible. Este tipo de estructuras fueron utilizadas para el diseño del Museo de John F. Kennedy en Boston (Estados Unidos), bajo la dirección del arquitecto chino Ieoh Ming Pei.
Inaugurado en 1993, se destaca por sus rasgos angulares en las paredes de concreto blanco, aprovechando la inclinación del terreno.
En 2007 se inaugura la Torre Burj al Arab de Dubai. Con 512 metros es el edificio más alto del mundo, con un diseño de vanguardia y paredes de concreto de gran resistencia.