La arquitectura subterránea se ocupa de diseñar y emplazar construcciones por debajo del nivel del suelo de manera tal que queden enterradas. Se trata de un tipo de arquitectura discreta, pues resulta casi imperceptible, en comparación con las casas levantadas sobre el terreno.
La arquitectura subterránea excavada, troglodítica o enterrada, forma parte de la arquitectura bioclimática. Ésta última busca obtener construcciones confortables a partir del uso del sol, la ubicación y la masa térmica.
La arquitectura subterránea también se destaca por el aprovechamiento de los recursos naturales locales.
Así, el confort térmico (lograr un espacio cálido en invierno y fresco en verano) de la vivienda es logrado optimizando la temperatura del suelo, haciendo uso de la inercia térmica del mismo. Además, suele orientarse la fachada y puerta de la construcción hacia el sol para beneficiarse con su luminosidad. Por todo esto, estas viviendas no suelen necesitar artefactos de calefacción o refrigeración adicionales.
La temperatura interior de la vivienda ronda alrededor de la temperatura media anual del aire de la zona en la que se encuentra emplazada. Por ello según cuantas más horas de sol recibe, más elevada es la temperatura media en el interior del hogar. Otro factor a considerar es la profundidad de la construcción. Cuanto más profundo es el lugar, las variaciones anuales de inercia son decrecientes. Entonces, si la profundidad es de 1 metro la temperatura varía +/- 5 grados centígrados, mientras que si la profundidad es de 4 metros la variación será de +/- 1 grado centígrado.
Los estudios previos al proyecto obligan a estudiar si el terreno es apto para la construcción, de modo de evitar accidentes. El terreno debe ser de areniscas, arcilla, calizas, margas, roca sedimentaria o conglomerados. También se recomienda que tenga un patio excavado o una chimenea solar para que tenga una ventilación óptima.
Antiguamente, este tipo de edificaciones era usado no sólo como vivienda, sino también como almacenes de granos o bebidas por sus condiciones climáticas que permitían una buena conservación de los alimentos.