Existen dos corrientes dentro de la arquitectura rural. Una destinada a la preservación de los espacios ya establecidos en medios rurales, y la otra orientada a generar edificaciones que favorezcan a la producción agroindustrial.
La primera de las corrientes de arquitectura rural rescata el valor de las edificaciones desarrolladas a partir de los conocimientos y materiales que el medio ofrece. En ellas los conocimientos populares sobre el medio ambiente cumplen un rol fundamental. Los arquitectos que se ubican dentro de esta corriente buscan preservar el medio ambiente y propician el diálogo entre los saberes académicos sobre arquitectura y la sapiencia de los pobladores de los territorios rurales. En este sentido, las construcciones son consideradas parte de la historia y acordes al hábitat, razón por la cual merecen ser conservadas.
Pero otra parte existe también una corriente que también se autodenomina arquitectura rural, pero que trabaja sobre las construcciones destinadas a favorecer la ingeniería agrícola. Dentro de esta línea encontramos aquellas construcciones funcionales a la producción de alimentos. Ejemplo de ellos son los galpones, invernaderos o silos para acopiar granos.
La arquitectura rural de este estilo esta vinculada a la producción, es por esta razón que busca la rentabilidad y desarrolla análisis vinculados al medio de instalación.
A pesar de parecer a simple vista estar en rincones opuestos, estas dos líneas de la arquitectura rural comparten algunas características: ambas buscan la sencillez en las construcciones, la alta funcionalidad en los ambientes, le restan lugar al valor estético y buscan que las construcciones sean duraderas.